Pocas situaciones, o casi ninguna, en la crianza de los chicos son tan angustiantes como el presenciar una convulsión febril. Es infrecuente, pero el fantasma de la convulsión está  siempre presente en los padres cuando existe un proceso febril.  Veremos que hay de mitos y de verdades en el tema.

LE TEMBLABA TODO EL CUERPO…
Mucho se dice y pocos saben realmente qué es una convulsión.  Se trata de una “descarga eléctrica” anormal de los neuronas cerebrales, que reaccionan en forma errónea frente al ascenso brusco de la temperatura corporal, ocasionando pérdida del conocimiento (algo típico de estos cuadros), sacudidas de brazos y pies (no son simples temblores) y movimientos anormales de los ojos (“se le fueron para atrás”).

Se trata de la descripción de una convulsión febril típica, que son las que no traen problemas y no se asocian con otro tipo de enfermedades (ej. epilepsia). En cambio cuando el compromiso es de sólo una parte del cuerpo o en lugar de movimientos espasmódicos lo que predomina es la falta de tono muscular (“se aflojó todo”) o la duración es mayor de 15-20 minutos, hablamos de una convulsión atípica lo que tiene otra connotación terapéutica y pronóstica.

“DE CHICA, YO TAMBIÉN TUVE CONVULSIONES”
Afortunadamente a muy pocos chicos les pasa.  Alrededor del 2-3% son susceptibles, principalmente entre los 6 meses y los 2 años.
Casi siempre surge el antecedente de algún familiar directo (mamá, papá o tío directo) que tuvo convulsiones y casi todo el mundo sabe que sobre todo en el caso de las típicas no dejan ningún tipo de secuelas y son compatibles con una vida absolutamente normal.

“NOS FUIMOS VOLANDO A LA GUARDIA”
La gran mayoría de las convulsiones “para sola”, es decir, que ceden en unos minutos sin  ningún tratamiento específico. No son más de 3 o 4 minutos de “tormenta” e inmediatamente  el chico pasa a un sueño tranquilo (después del agotamiento generado por la convulsión).
Pero en unos pocos casos (1-2 %) la convulsión puede prolongarse en el tiempo, pudiendo  durar por más de 20-30 minutos, con el consiguiente sufrimiento cerebral y la posibilidad  de tener en el futuro alguna secuela neurológica. En estos casos ante cualquier episodio  similar al descripto es conveniente acudir lo antes posible a un centro asistencial para administrarle oxígeno y medicamentos anticonvulsivantes y frenar la crisis en forma rápida.

“HABLEMOS CON EL PEDIATRA”
Cuando ya pasó el episodio y los ánimos se tranquilizaron, aconsejamos “sentarse” con el  pediatra de cabecera, para definir la necesidad de realizar una interconsulta con un neurólogo  infantil.
En la consulta con el especialista tomará las decisiones que él considere relevantes como:

1) Solicitar un Electroencefalograma (EEG), cuyo resultado es casi siempre normal.
2) Solicitar estudios diagnósticos complementarios como una Tomografía Computada.
3) Decidir medicación preventiva para evitar un nuevo episodio, aunque actualmente.
4) Entrenar a la familia a manejarse ante la eventualidad de un nuevo episodio.

Convulsión febril
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