¡Los días tan esperados! Los adultos lo sentimos así si se trata de las propias vacaciones, pero son muy temidos cuando son las de los hijos. En general no pueden estar en casa más de dos días seguidos sin empezar con el clásico “estoy aburrido” y reclaman ”frenéticos” una actividad tras otra.
En consecuencia… comienza la locura, del local de comidas rápidas al teatro, del teatro al cine, del cine al parque de diversiones, de allí al shopping, y de allí al circo. Y entramos en una espiral que todo lo absorbe, que nos envuelve en un mar de gente apurada, y que sólo se detiene cuando los chicos están en casa frente al televisor o la computadora.
Para los padres que trabajan la preocupación es mayor, aparecen los temores sobre que “están ociosos en casa, sin nada que hacer”. Surge entonces la búsqueda de una abuela piadosa, una hermana o cuñada con hijos de la misma edad, a quienes puedan acoplarse en cuanto programa exista.
La familia entera debe adaptarse a una nueva y agotadora situación, pocos se detienen a pensar qué esperan realmente de las vacaciones.
Son para descansar de lo que ya está pautado de antemano. Son para parar el ritmo de todos los días y no andar corriendo nuevamente. Durante el año tenemos una rutina marcada, las vacaciones son una oportunidad de crear un ritmo nuevo, de cambiar al menos un ratito y
lograr un espacio de intimidad para conectarse con los hijos desde otro lugar.
No solemos detenernos a pensar qué queremos hacer con los chicos y tampoco les damos la posibilidad de pensar y expresar qué quieren compartir con nosotros y proponerlo.
Las vacaciones son una oportunidad para reflexionar, de generar posibilidades de encuentro y de comunicación, de compartir.